miércoles, 23 de abril de 2014

HOME TEST DRIVE


Es injusto. Injusto cuando poco. Hasta para comprar un camisón en la feria uno se puede cerciorar de si le convence o no la compra futura en probadores. Ni qué hablar con los automóviles y semovientes (si queremos entrar a hilar fino en los términos del Código). ¿Por qué no ocurre lo mismo con los inmuebles? ¿Cuál es el jeito detrás de la decisión de comprar o alquilar una casa o apartamento tras veinte, cuarenta o sesenta minutos -a lo sumo- de visita con la inmobiliaria al lugar? 

Está decidido, nos compramos ESTA casa.
Ya descubrí el por qué. Imagínense qué les hubiera parecido la casa en la que viven, si hubieran podido comprobar el insoportable ruido al tránsito antes de firmar el boleto de reserva o contrato de arrendamiento. Imaginen por un minuto, qué hubieran pensado del inmueble si las termitas del zócalo hubieran emergido antes de la firma, si el ladrido insoportable del perro del vecino se hubiera hecho -justamente- insoportable del vamos.

No, no pueden imaginarlo. Por la sencilla razón de que cuando alquilamos o compramos una casa (bah, mejor dicho, miramos con ánimo de compra) permanecemos en ella lo suficientemente poco como para enamorarnos de sus virtudes sin descubrir los defectos. 

Cuando estamos mirando una casa tendemos a hacerlo a través de los lentes de Rainbow Brite que va a caballo al galope sobre un arcoiris en el cielo. Lejos de nuestra imaginación están esas lúgubres tardes sin rayos de sol en el living orientado de frente al sur, las previas del hijo de la vecina hasta las 4 de la mañana los sábados, las quejas de la del piso de abajo de que (por única vez en la vida) se nos ocurrió prender la música al mango un sábado al mediodía, el pesado del comité de copropietarios del edificio que interrumpe la reforma porque se dio cuenta a tiempo de que el motor del equipo de aire acondicionado va a estropear la fachada. 

Cuando visitamos una casa potencialmente nuestra, vemos todo lo contrario: Qué lindo, pensamos. Allá a lo lejos está la Rambla de Montevideo (sí, Rainbow Brite, es por eso que te vas a pasar el invierno mirando al mohoso sur). Pensamos también, "qué barrio teen-friendly" cuando vemos la juventud pulular en las calles a la hora de vuelta del liceo (la juventud que el viernes a la noche condenaremos de "perdida" cuando nos perfore el tímpano en pleno sueño el coro de los nenes rugiendo "¡fondo blanco, fondo blanco!"). Damos por sentado que la vecina -entrada en edad- de abajo es una garantía de paz y tranquilidad ya que sólo puede emanar sabiduría de sus labiecillos y un puñado de buenos consejos de repostería (evidentemente no vimos la película Duplex de Ben Stiller). Nos imaginamos que la copropiedad funciona de mil maravillas (cómo sino puede verse todo tan pipí cucú) hasta que caemos en la cuenta de que el vete del comité de vecinos del edificio le cayó con una demanda judicial a la de 4to B.

Es de locos. Es de no creerse. Yo propongo que vender casas sin una especie de test drive (o mejor dicho, test sleep over) en favor del eventual adquirente o inquilino, sea una actividad prohibida por ley. Hablo de una noche o, por qué no mejor, una semanita obligatoria para dormir en el inmueble objeto del contrato y así saciar la curiosidad respecto de lo desconocido... Una semanita que nos daría la chance de poder trazar una estrategia de acción (y a lo mejor, bajar las expectativas respecto del inmueble y por supuesto el precio). Una petite semaine que nos daría una idea mucho más cabal de cuán incómodo nos quedaría el aparador de la bisabuela en el comedorcito de 2 por 2, de cuán chica es la capacidad del calefón del único baño con ducha, de cuán práctico es el parrillero en el fondo para invitar -por fin- a los parientes y amigos después de vivir 15 años en un apartamento en el centro.

Claro que no faltará el vivo ocasional que vivirá de casa en casa, intentando "probar" más que la casa, su suerte y su viveza criolla. Y para colmo de males, a la del shopping le puedo exigir (gracias, ley de defensa del consumidor) el reembolso de mi dinero -y a la de la feria le puedo reclamar el cambio del camisón si no me quedó bien el mismo día de la semana próxima-. La casita nueva, mis amores, me la puedo guardar en el bolsillo porque a menos que venza el arrendamiento o encuentre otra víctima dispuesta a comprar, estoy bien pero bien "atornillada". (Léase: screwed). 

Mientras tanto, a menos que estemos comprando ropa o bienes de menor trascendencia en el mercado de los hombres, estaremos comprando y alquilando a ciegas, como quien compra una rifa de ciencias económicas a un estudiante. Fantástico.



¿Les gustó esto? Regálenme un LIKE en mi fanpage de Facebook!

www.facebook.com/katjathomsenfanpage

No hay comentarios:

Publicar un comentario