martes, 6 de mayo de 2014

KAT Y EL SÍNDROME DEL NIDO VACÍO

Me siento culpable.

Me siento culpable de no sentir culpa. Mi hijita de un año y medio fue hoy al jardín de infantes y yo la vi tan feliz que solamente puedo estar bien por ella. A ver. No me pasó con el primero, de hecho, me la pasé fatal esperando el primer día de la adaptación en un jardín de infantes al que solamente fue por ese día el niño. Lloró todo el tiempo y luego me dijeron que había pasado bárbaro. Ha! No me conocen! Está de más decir que lo espié entre los arbustos sin que ni las maestras supieran durante todo el calvario. Hice un esfuerzo inmenso. Pero los llantos de Tino pudieron conmigo e interrumpí la clase. Me dijeron que solamente habría llorado a lo último. (Ni hablemos del sistema de seguridad y vigilancia de la institución a esta altura...)
Mi bebé crece y empieza a
 recorrer el mundo solita...

Ese día fue el primero y el último de mi primogénito en ese lugar. Al siguiente año fue a otro lado que al poco tiempo tampoco me convenció y lo terminé borrando también. 

Y cuando descubrí el oasis en el desierto, el jardín perfecto, supe que estaba creciendo como madre y como mujer. Mis instintos no me habían fallado y no, no había sido una loca por borrarlo a mitad del año. Había tomado la mejor decisión de mi vida y tanto mis hijos como yo fuimos más felices. (De mi marido ni hablamos porque a ver, está claro que madre feliz, esposo feliz).

La segunda vez ya estaba tan satisfecha y confiada con la escuelita que mi segundo varón, Francesco, fue chocho de la vida y la adaptación duró diez minutos. Yo había insistido en irme de entrada pero no me dejaron. Eso sí, a los diez minutos me invitaron a irme. "Señora, no hay necesidad de que permanezca aquí, su hijo está muy contento". (Casi le dije: TE LO DIJE).

Esta vez los años pasaron, soy una madre vieja no por mi edad biológica, pero porque ya tengo hijos que se saben todas las tablas del 1 al 10. Ya estaba en otra etapa de la vida cuando nació la princesa. Y temí este día por meses. Pensé que me desgarraría el alma verla sufrir sin poder estar en permanente contacto conmigo.

A) No sufrió ni un pelo la muy atrevida, la pasó pidiendo más "tititas" (galletitas) a la maestra, a upa, jugando como la preferida del día que fue.

B) No se me desgarró el alma. Por el contrario, me sentí sosegada. Me senté al sol cual viejo cocodrilo que conoce la rutina del pantano y simplemente esperé, sonriendo, mientras la veía explorar lo nuevo, entrar en contacto con mini humanos y recordando, por supuesto, la película "Los Pequeños Fockers" cuando el resignado Gaylord lee el nombre del colegio: "EARLY HUMANS". Me reía sola en el patio hoy pensando en eso y en la escena cuando la nenita está siendo interrogada detrás de vidrios espejados, mientras la maestra le pide que le cuente sobre sus padres. A lo cual, la niña -levantando una ceja y sonriendo con complicidad al abuelo Jack detrás del vidrio, le replica a la educadora: "Cuéntame de TUS padres".

Mi hija es esa niña. No tiene ni un pelo de tonta ni de pushover. Le va a ir bárbaro porque así la estamos criando desde casa, para que se esfuerce en la vida y le vaya bien. Y es que, no tengo dudas, la educación verdadera no es solamente la que recibirá a partir de hoy en el jardín.

En cuanto a la culpa de no sentir culpa, no es mi culpa. Soy mujer...

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